Por: Andrea Miranda -Psicóloga clinica- Conferencista
En la sinfonía de la existencia, la humanidad se erige como una de las pocas criaturas que requiere del otro para su supervivencia. Desde el instante en que un nuevo ser llega al mundo, no solo anhela la satisfacción de sus necesidades físicas básicas, como alimento, abrigo y seguridad, sino que también clama por cuidados emocionales, marcando así una distancia sideral con otras criaturas.
Los infantes, en su fragilidad, anhelan el contacto piel a piel, un vínculo que les brinde protección y seguridad emocional. Según, J. Bowlby, esta necesidad biológica de cercanía con un ser humano, con quien se forja un lazo especial y profundo, recibe el nombre de apego. En definitiva, éste vínculo primario, es fundamental para el desarrollo emocional y social futuro del niño.
La figura de apego, que suele encarnarse en la función materna aunque no de forma exclusiva, se erige como el puente inicial, el primer lazo con el vasto mundo exterior. A través de ella, el infante se adentra en los misterios del universo. La calidad de este nexo primordial, o dicho de otro modo, el tipo de apego que se establece, moldea los vínculos venideros y la forma en que nos relacionamos con el mundo que nos rodea.
Mary Ainsworth, desarrolló y amplió lo trabajado por J. Bowlby y estableció la existencia de cuatro tipos básicos de apego. Para poder estudiarlo, realizo el famoso experimento de “La situación del extraño” en 1970.
El experimento consistía, en líneas generales, en situar a un niño y su madre en una habitación con juguetes, y observar la reacción del pequeño ante la presencia de un extraño. En un primer momento, madre e hijo compartían la estancia, y se observaba cómo el niño exploraba el entorno y jugaba con los objetos. En un segundo momento, irrumpía en la habitación un desconocido que intentaba interactuar con el niño y la madre. Luego, la madre se retiraba brevemente, dejando al niño con el extraño por unos instantes, para retornar más tarde. Por último, tanto la madre como el extraño abandonaban la habitación, dejando al infante solo.
En esencia, el estudio se centraba en analizar la respuesta y comportamiento del niño ante la presencia o ausencia de su cuidador, así como frente a la presencia o ausencia del extraño.
En términos generales, se constató que en la mayoría de los casos, los niños exploraban y jugaban más cuando estaban a solas con su madre, y que la presencia del extraño disminuía la actividad lúdica, especialmente cuando el niño se quedaba con el desconocido sin la presencia materna.
Gracias a este experimento, se llegó a la conclusión de que la madre representa para su hijo un refugio seguro, un lazo al cual acudir en momentos de necesidad o cuando se percibe una situación como amenazante. Así, podríamos afirmar que este vínculo constituye nuestra primera herramienta para explorar el mundo. Tal es la importancia del apego.
Según lo analizado en el experimento, se describieron cuatro, categorías elementales iniciales:
Apego inseguro evitativo: En este tipo de apego, el bebé ha buscado en sus padres un lugar seguro en situaciones percibidas como peligrosas, pero sus figuras parentales no han respondido adecuadamente, lo que lleva al niño a internalizar que no tiene a quién acudir y debe afrontar las situaciones en soledad. En el ejemplo mencionado, se apreció claramente cuando la madre abandonaba la habitación y el niño mostraba indiferencia ante su ausencia y ante su regreso.
Apego ansioso ambivalente: En este escenario, el infante experimenta una gran desregulación emocional cuando las figuras de apego desaparecen. La magnitud de esta desregulación es tal, que el niño, no logra encontrar calma ni siquiera cuando la figura de apego regresa. Aun estando con dicha figura, persiste un malestar debido a la ansiedad de perderla nuevamente. También pueden comportarse de manera ambivalente ante su figura de apego.
Apego desorganizado: Aquí, los infantes muestran comportamientos ambivalentes, confusos, erráticos ante la figura de apego.
Apego seguro: Contrario a lo que se podría creer, en el apego seguro no se ausenta el malestar ante la separación de la figura de apego. No obstante, éste malestar no conduce a una desregulación profunda, y el niño confía en que su figura de apego regresará y estará ahí para él. Incluso, llega a regularse sólo, pero con la convicción o la seguridad que su madre (en éste caso), velará por él.
Como se puede apreciar, nuestra historia de apego constituye un pilar fundamental en nuestra vida, al establecer los cimientos para las relaciones venideras.
Cabe aclarar que, establecer los cimientos, no es destino. Nuestras figuras de apego, quizás no pudieron establecer bases sólidas o seguras, pero eso no nos condena a una vida de relaciones conflictivas.
Tenemos el poder y la capacidad de elegir, quienes queremos ser y junto a quienes. Para ello, el primer paso, es el conocimiento.
Sobre Andrea Miranda
Psicóloga Clínica especializado en salud mental, trabaja en el Hospital María Ferrer,
Presidenta Comité de ética en investigación del Hospital María Ferrer.
Profesora de Nivel medio y Superior en Psicología. Con una base sólida en investigación y docencia desde la Universidad de Buenos Aires, impulsó prácticas innovadoras que fortalecen la resiliencia emocional de sus pacientes y la comunidad médica.