Por: Andrea Miranda – Psicóloga-
Las emociones son una compleja serie de respuestas psicofisiológicas, que se presentan frente a estímulos que pueden ser internos o externos.
La función de las mismas, son básicamente garantizar la supervivencia de la especie.
Según diversos autores, existen distintos tipos de emociones, cada una con una función específica.
A modo general diremos que, las emociones no son buenas o malas, sino más bien agradables o desagradables y utilizan éstos atributos para delimitarnos el camino.
Básicamente, las que experimentamos como desagradables, buscan protegernos de algún peligro real, simbólico o imaginado.
A continuación, abordaremos ejemplos de emociones, consideradas por algunos autores, como básicas.
Miedo: surge ante la percepción de un peligro o amenaza inminente. Pone al cuerpo y mente en alerta, lo prepara para luchar o huir.
Ira: aparece producto de la evaluación de una situación como injusta o frustrante.
Tristeza: experimentamos ésta emoción cuando percibimos una perdida.
Asco: como todas las emociones desagradables, su función es netamente protectora. En éste caso, busca mantenernos alejados, de situaciones que podrían ponernos en peligro, como por ejemplo, comer algo en mal estado.
Alegría: en éste caso, la emoción es de bienestar, placer. Ayuda a fomentar la conexión con la situación o con los otros.
Para continuar, haremos una distinción entre emoción y sentimiento.
La primera, suele ser de respuesta automática, inmediata y dura segundos.
Por su parte, los sentimientos, surgen de la interpretación que hacemos de las emociones. Estas interpretaciones, están relacionadas con nuestra historia de vida, experiencias, creencias, pensamientos, personalidad, etc. Es decir, que los sentimientos son una interpretación subjetiva, del análisis de la emoción provocada, por una situación.
En cuanto al tiempo, los sentimientos son más duraderos. ¿Cuánto más? Dependerá, de una combinación entre las características de la situación que la provocó y la personalidad de quién la experimente.
Por último, hablaremos del concepto de “inteligencia emocional”, termino popularizado por el psicólogo, Daniel Goleman.
Definiremos a la misma, como la capacidad de sentir, reconocer, interpretar, comprender y gestionar, en principio, nuestras emociones, para luego, poder hacer lo mismo con las emociones de los demás.
Cómo puede verse por la definición, en fundamental fomentar, para una vida plena y en armonía, la inteligencia emocional.
Pero para poder lograrlo, primero debemos tener un alto grado de autoconocimiento, y para ello, son necesarios los espacios terapéuticos, con profesionales capacitados y acreditados.
La inteligencia emocional abarca la habilidad de reconocer y gestionar las emociones para proporcionar respuestas óptimas en diversas situaciones. Al cultivarla, se logra comprender tanto las emociones propias como las ajenas, lo que facilita Ia comunicación, la toma de decisiones y fomenta respuestas empáticas y eficaces.