Por: David Tawei Lee
Ministro de Relaciones Exteriores de la República de China (Taiwán)
“Al emprender juntos este gran viaje, prometemos que nadie se quedará atrás”
Nueva York es uno de los destinos turísticos más populares del mundo. Quienes llegan desde Taiwán les encanta experimentar los atractivos más famosos de la ciudad: la Estatua de la Libertad, Times Square y, por supuesto, el centro neurálgico de los asuntos globales, la sede de las Naciones Unidas. Estos lugares –el último en particular– son símbolos de igualdad, diversidad y libertad. Desafortunadamente, el brillante resplandor de estos ideales se ha empañado en años recientes dado que un número cada vez mayor de taiwaneses se les ha impedido entrar a los territorios de la ONU, discriminados simplemente por su país de origen.
La ONU se ocupa de las personas, sin embargo la universalidad de los derechos humanos que la ONU proclama no se extiende a Taiwán y a sus 23 millones de habitantes. Este maltrato se remonta a 1971, cuando nuestro Gobierno perdió su representación en la organización, y durante décadas Taiwán ha enfrentado desafíos y aislamiento internacional. No obstante, tal adversidad nos ha impulsado hacia adelante.
Cuando viajo por el mundo para cumplir mis deberes como Ministro de Relaciones Exteriores, me quedo maravillado de cómo la experiencia de Taiwán ha ayudado a nuestros socios a desarrollarse y crecer en áreas como la protección medioambiental, la medicina y la salud pública, la agricultura, la educación y las tecnologías de la información y la comunicación.
En mayo de este año, a Taiwán se le negó la asistencia a la 70ª Asamblea de la Organización Mundial de la Salud, a pesar de haber participado como observador en los ocho años previos de manera consecutiva.
El rechazo a Taiwán – que ha invertido más de 6.000 millones de dólares estadounidenses en la ayuda médica y humanitaria internacional desde 1996, beneficiando a millones de personas en todo el mundo – va en contra del sentido común y crea un punto ciego en las operaciones de la Organización Mundial de la Salud, como aquel que costó vidas humanas durante la epidemia del SARS en 2003.
Sin embargo, este trato injusto no ha disuadido ni disuadirá a Taiwán de desempeñar sus deberes tanto con su propio pueblo como con la comunidad internacional. Siendo la 18ª mayor potencia comercial y la 11ª economía más libre del mundo, Taiwán ha desarrollado sus leyes y reglamentos en conformidad con las convenciones de derechos humanos de la ONU.
En 2016 los taiwaneses eligieron por primera vez a una mujer como presidenta del país, y el 38 por ciento de sus parlamentarios son mujeres. Taiwán es también hogar de una sociedad civil vibrante cuyas organizaciones cívicas se extienden constantemente por el mundo, siempre que ocurre un desastre, los equipos de rescate de las organizaciones no gubernamentales de Taiwán están presentes in situ para proporcionar asistencia.
En la actualidad, Taiwán está trabajando en su primer Informe Nacional Voluntario, que documentará muchos de sus logros concretos con relación a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU. Por ejemplo, en el campo de la salud pública y la medicina, Taiwán ha trabajado en los últimos años con muchos otros países para combatir enfermedades infecciosas como el MERS, el Ébola y el Zika. Ha estado impulsando la energía y las economías verdes, con el objetivo de elevar la proporción de energía renovable que se genera para el suministro energético del país a un 20 por ciento para el 2025 – cinco veces el nivel actual-, reduciendo las emisiones de carbono para el 2050 en 50 por ciento, por debajo de los niveles de 2005.
Los titulares de pasaportes de la República de China disfrutan de exención de visado en 165 países y territorios, demostrando el respeto que los turistas, empresarios y académicos de Taiwán se han ganado en todo el mundo. Pero no pueden ni dar un paso dentro de la sede de la ONU.
Durante años, a representantes de muchas organizaciones no gubernamentales de Taiwán relacionadas con los aborígenes, los trabajadores, el medio ambiente y los derechos de las mujeres se les ha prohibido la participación en encuentros y conferencias celebrados en la sede de la ONU en Nueva York y en el Palacio de las Naciones de Ginebra. Del mismo modo, para la indignación de la comunidad periodística internacional, a los reporteros taiwaneses no se les permite cubrir las reuniones de la ONU.
Estas medidas discriminatorias de la ONU, dirigidas al pueblo de Taiwán, son inapropiadamente justificadas por medio de la invocación y el empleo erróneo de la Resolución 2758 (XXVI) de la Asamblea General de la ONU de 1971. Es importante recordar que esta resolución, aunque concedía un asiento a la República Popular China en la ONU, no abordaba el asunto de la representación de Taiwán y su pueblo en la organización; y mucho menos otorgaba a la República Popular China el derecho a representar al pueblo taiwanés.
El preámbulo de la Carta de la ONU habla con rotundidad sobre la misión de la organización de “reafirmar la fe en los derechos humanos fundamentales, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas”. El Gobierno y el pueblo de Taiwán creen firmemente que su participación sería beneficiosa para todo el mundo, especialmente ahora que la ONU está pidiendo la implementación universal de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). La ausencia de Taiwán, por el contrario, únicamente continuará paralizando la efectividad de este esfuerzo global. Taiwán puede hacer mucho para ayudar al mundo a construir un futuro más sostenible. Taiwán necesita que la comunidad internacional apoye sus aspiraciones y su derecho a un trato justo por parte de la ONU. Por lo menos, que dejen de cerrarnos las puertas.